El contexto actual debido al COVID-19 nos ha obligado a reducir la velocidad que solíamos tener en nuestro cotidiano vivir, relación humana y la del planeta. Hoy todos, más que nunca, tenemos que seguir rodando por las personas que se se han marchado, por los que están en lucha y los que trabajan para dar vida, porque no hay duda que unidos, el caucho nunca se nos desgastará.
Esta pandemia no es más que un hueco en el camino que nos ha obligado a reducir el ritmo, es normal, tal vez de esta forma aprovechamos para ver el auto en detalles y pensar en lo afortunados que somos al tenerlo ya sea un hatchback, sedán o pick-up, es responsabilidad de cada uno mantenerlo caminando sea cual sea la circunstancia.
Mientras saco las herramientas para seguir en camino al super, los cuestionamientos comienzan a aparecer ¿Qué pasaría si no anduviera el gato para levantar el carro? El sentimiento de paz en medio de la impotencia aumenta con un autoanálisis que, sea cual sea la enfermedad que nos esté azotando, siempre se tendrán las arandelas, tuercas e inflador para salir adelante.
Porque mientras unos andan a pie yo ando en mi carrito; las luces, suspensión y toda la familia de piezas que hace mover el motor están bien y tienen muchos kilómetros por circular en esta pista que se llama vida.
Al ajustar algunos tornillos para seguir en marcha, debo aceptar que la ruta se está volviendo larga y con curvas cerradas, se me viene a la mente él adulto mayor que estaba vendiendo frutas metros atrás, con su carrito de madera lleno de sandías, de piel morena y sonrisa tímida deseando que le compren lo mínimo, ya que en estos tiempos, todo cuenta.
Una vez en marcha observo mi odómetro, temperatura y el medidor de combustible, todo normal, miles de kilómetros recorridos, poca gasolina y el sonido de las fajas se hace presente producto de un mínimo mantenimiento por falta de interés y aprecio; debo aceptar que el sentimiento hacia mi nave ahora es diferente y lo quiero más que nunca.
Al estacionarme para observar las luces del tablero que se comienzan a iluminar una tras otra, más ganas me dan de tenerlo, para restaurarlo, esperando con ansias que toda la emergencia pase para cuidarlo, meterlo al taller y darle esa pintura que le permitirá brillar por muchos, muchos años más.
Y no es para menos, las llantas todavía tienen los testigos intactos, con piedras entre ellas pero, con mucha vida por recorrer porque al final del día, el auto y todos los componentes representan una familia, nuestra familia, que solo unida puede seguir acelerando por muchos kilómetros más.